Nos vimos en el Bar Cien, en pleno Carabanchel Alto, uno de esos bares de toda la vida donde la terracita al sol se convierte en punto de encuentro y el camarero ya sabe lo que vas a pedir. Allí apareció Fernando Gomez, puntual, con cuatro arbolitos debajo del brazo. Venían en macetas improvisadas, hechas con tetrabriks de leche reciclados. Dos majuelos, un almez y un fresno. Una maravilla.
Fernando es el alma de La Mesa del Árbol de Carabanchel, una asociación ecologista declarada Bien de Interés Público Municipal. Aunque llevan años dando guerra verde, fue hace unos cinco años cuando decidieron organizarse formalmente. El detonante fue una zanja. Así de simple. Una obra en el Pinar de San José, un espacio simbólico del barrio, donde una senda peatonal iluminada pensada, supuestamente para mejorar el entorno, se llevó por delante indiscriminadamente las raíces de los árboles. Fue entonces cuando pensaron que ya era suficiente, que hacía falta una plataforma que cuidara de lo natural, de lo común, de lo que nos pertenece a todos y a todas pero que termina siendo problema de nadie.
Desde entonces, no han parado. Y lo suyo no es solo denunciar, lo suyo es hacer. Con sus propias manos han limpiado escombros frente a la Fundación Instituto San José, a dos pasos de la M-40, han desenterrado sendas peatonales ocultas por años de abandono, han plantado árboles en solares olvidados, como en la calle Pinar de San José, donde transformaron una escombrera en un pequeño bosque joven. Lo hicieron por convicción, pero también con un mensaje claro: una zona limpia no se ensucia. Esa es su pedagogía y su filosofía de barrio. Actualmente en la zona hay más de 1000 árboles que se encargan de cuidar y mantener ellos mismos, juntándose los domingos o los jueves en los periodos más calurosos del barrio para regar y compartir tiempo juntos al aire libre.
También han vigilado. No con cámaras, sino con ojos atentos. Ojos que vieron cómo la llamada reurbanización del Parque Lineal Manolito Gafotas se vendía como una mejora cuando en realidad destruía más de lo que creaba. Se sustituyó una senda natural por una pista de zahorra y carriles bici con desmontes innecesarios que implicaron, entre otras cosas, talas injustificadas. Todo sin transparencia, sin acceso a información pública, sin posibilidad de alegaciones vecinales. Todo en manos de una empresa de ingeniería civil sin experiencia ambiental. Un ejemplo, dicen ellos, de cómo no se debe hacer ciudad.
Pero lo verde no solo se defiende en lo grande. También en lo pequeño. Como cuando, en plena primavera, vieron cómo se podaban árboles en época de cría, con nidos de urracas aún ocupados. En un caso lograron frenar la tala. En otros no hubo suerte. Se destruyeron nidos por orden de responsables que simplemente ignoraban o elegían ignorar la ley. La conciencia ambiental debería ser un requisito básico, sobre todo cuando hablamos de empresas que trabajan con lo vivo.
Y si algo les ha enseñado el camino, es que no están solos. En Arganzuela, en Comillas, en la calle Áncora, en el parque Calero o en Las Cruces han apoyado luchas similares. Contra talas masivas por la Línea 11 de Metro, contra el uso indiscriminado de zahorra, contra proyectos que entienden el verde como decorado y no como vida. Forman parte de una red: Salvemos Nuestros Parques, una plataforma de más de quince asociaciones de Madrid que comparten la misma visión.
Pero no todo es resistencia. También hay celebración, memoria y cultura. Cada año celebran La fiesta del Árbol, una jornada con cuenta cuentos, taller de casas nido y bombas de semillas y la ilusión de inculcar la participación directa en el entorno. Organizan también actividades con colegios, e incluso un cineforum.
Y mientras tanto, siguen preguntándose y preguntándonos qué ciudad queremos. ¿Una ciudad de cemento, con parques duros, sin sombra, llenos de polvo y eventos? ¿O una ciudad amable, caminable, natural?
Ellos lo tienen claro. No quieren parques de catálogo, ni obras estándar impuestas desde un despacho. Quieren lugares vivos, donde cada árbol tenga sentido, donde el suelo no sea solo una superficie, sino una promesa de vida.
Así, entre acciones pequeñas y grandes, entre una poda que se detiene y una marcha que avanza, La Mesa del Árbol de Carabanchel sigue creciendo. Como sus árboles. Poco a poco, con raíces profundas, con ramas que alcanzan ya a otros barrios, con hojas nuevas que brotan cada vez que alguien se para, mira y dice: esto hay que cuidarlo.
REHABITARIUM x Marta Herrera y Belén Bru

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